lunes, 16 de junio de 2008

La alquimia de los esotéricos.



El alquimista "real", a tenor de un número cada vez mayor de autores, no es ya el hombre que buscaba la Piedra filosofal en la soledad de su laboratorio con el fin de conseguir oro y riquezas, sino el que busca la Piedra filosofal tan sólo como medio, como el primer peldaño hacia su propia perfección.
"La manipulación del fuego y de ciertas sustancias -nos dicen Pauwels y Bergier, dos de los primeros autores modernos en llamar la atención sobre esa "otra Alquimia", aunque muchos otros ya hubieran apuntado antes estas mismas ideas en sus trabajos- permite no sólo transmutar los elementos, sino también transformar al propio experimentador. Éste, bajo la influencia de fuerzas emitidas por el crisol (es decir, radiaciones emitidas por núcleos que sufren cambios de estructura, según la terminilogía atómica) entra en otro estado. En él se operan mutaciones. La vida se prolonga, su inteligencia y sus percepciones alcanzan un nivel superior. El alquimista pasa a otro estado del ser. Se encuentra izado a otro estado de consciencia. Sólo él se siente despierto, y tiene la impresión de que todos los demás hombres siguen durmiendo. Escapa a lo humano ordinario y desaparece, después de haber tenido su minuto de verdad".
Una Alquimia externa, y otra Alquimia interna. ¿Es esta la verdadera naturaleza del Arte Alquímico? Así es, a tenor de un número creciente de autores. Y, en el futuro desarrollo de la Alquimia, hallaremos tal vez la confirmación.
La Alquimia tradicional tiene su gran desarrollo en el curso de la Alta Edad Media. Luego, nos dicen los historiadores, en el siglo XVII, la Alquimia muere. Mejor dicho, es asesinada: por la química.
Esta es una explicación excesivamente simplista... y totalmente inexacta, aunque ésta sea en líneas generales la creencia popular. La Alquimia no muere en el siglo XVII, como tampoco la química nace de sus aún calientes cenizas. En primer lugar, la Alquimia prosperará aún mucho después de esta fecha, concretamente en el siglo XVIII... y existe aún actualmente. Aunque, por supuesto, el transcurrir del tiempo marque en ella una profunda evolución.
Y, en segundo lugar, la química no es la sucesora de la Alquimia. Es, sencillamente, una rama de ésta que en su tiempo, ya suficientemente madura, de desprendió del árbol y siguió su vida propia. A partir del siglo XVII y a principios del XVIII, se produce en la Alquimia no una muerte, sino una escisión. Es el fruto natural del espíritu científico que empieza a surgir en el hombre de aquella época. El investigador de finales del siglo XVII empieza a considerar la investigación como suficiente para interesarle por sí misma, sin necesidad de otros adimentos. La química empieza a descubrir por su lado nuevos horizontes. El hombre ya no necesita del aliciente de la Piedra filosofal para adentrarse por un nuevo y desconocido camino: el simple hecho de investigar, de descubrir nuevas cosas hasta entonces ocultas, le satisface.
La pretendida muerte de la Alquimia es, por lo tanto, tan sólo un cambio de ideología en sus practicantes. Los hombres intelectualmente inquietos, los investigadores natos, que en el siglo XII y siguientes tomaron el camino de la Alquimia como único medio de satisfacer sus inclinaciones, encuentran ahora un camino más interesante en la química. La Alquimia, por lo tanto, se ve desertada por una parte de sus filas.
Pero queda la otra; la de los que emprendían el camino de la Alquimia como satisfacción a sus ideas filosóficas y cosmogónicas. durante los siglos XVII y XVIII, la literatura Alquímica es tan abundante como en los siglos anteriores; se observa, sin embargo, un profundo cambio en el contenido de sus obras. se hacen más profundas, más intelectuales... más herméticas. Sus autores empiezan a darse cuenta, más que nunca, de que no les interesan tanto los detalles de los trabajos de laboratorio como el esquema universal que se esconde tras esos ensayos. Los autores ya no se preguntan "¿cómo?", sino "¿para qué?". Quieren saber no los medios, sino las motivaciones.
Así nace la otra Alquimia. Perdón, nos expresamos mal: no nace, puesto que ya existía antes, aunque fuera en una forma subyacente; se hace evidente. Surge a la superficie, y relega a segundo término la Alquimia anterior.
El motivo base de esta inversión es evidente. Hasta entonces, ciencia y filosofía, ciencia y humanismo, iban estrechamente unidas. Es a partir de finales del siglo XVII que la ciencia se aparta del humanismo, de la filosofía y de la religión, abriéndose un camino aparte, abandonando la parte espiritual del hombre y lo que le rodea para dedicarse únicamente a la parte material. Es lógico pues que esta escisión, este abandono, traiga como reacción un florecimiento de todo lo que se relaciona a la espiritualidad y al humanismo. En Alquimia se produjo, así (aunque parezca una redundancia) una "transmutación", que la convirtió, de una técnica de laboratorio con ribetes de esoterismo, en una doctrina puramente esotérica, filosófica y hermética. Una Alquimia que no tiene ya como principal objetivo el mejorar los metales, sino el mejorar al Hombre.

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