lunes, 16 de junio de 2008

HERMES TRIMEGISTO


Hermes Trismegisto "Hermes, tres veces grande" (del griego: Τρισμέγιστος, y en latín: Mercurius ter Maximus) sincretismo del dios egipcio Dyehuty (Thot en griego) y el Hermes heleno, siendo Trismegisto una palabra griega que significa “tres veces grande”.


Hermes Trismegisto, en un mosaico de la Catedral de Siena.
Orígenes

El dios egipcio Dyehuty, era el dios de la sabiduría, patrón de los magos. Posteriormente se le asoció al Hermes griego y al dios Mercurio romano, el mensajero de los dioses.
Platón, en Timeo y Critias comentó que en el templo de la diosa Neith en Sais, había salas que contenían Registros históricos secretos que se había mantenido 9000 años. Clemente de Alejandría estimaba que los egipcios poseían cuarenta y dos escritos sagrados de Hermes, que encerraban toda la información de los sacerdotes egipcios. Siegfried Morenz ha sugerido (Religión de Egipto) "La referencia a la autoría de Thoth ... se basa en la antigua tradición, y la cifra de cuarenta y dos probablemente se debe a el número de nomos de Egipto, y, por tanto, transmite el concepto de integridad". El escritor neo-platónico Clemente habló de "cuarenta y dos textos esenciales".
La literatura Hermética
La llamada Hermética, o "literatura Hermética", es una categoría de papiros que contienen hechizos y procedimientos de inducción mágica. En el diálogo llamado Asclepios (el dios griego de la medicina), se describe el arte de atrapar a las almas de demonios o ángeles en estatuas con la ayuda de hierbas, piedras preciosas y aromas, de tal modo que la estatua pudiera hablar y profetizar. En otros papiros, existen varias recetas para la construcción de este tipo de imágenes, de su animación, y de como han de ser estas imágenes huecas para poder realizar una magia, introduciendo un nombre grabado en una hoja de oro.


Hermes Trismegisto.
Resurgimiento hermético medieval

Durante la Edad Media y el Renacimiento, los escritos atribuidos a Hermes Trismegisto, conocidos como Hermetica, gozaba de gran crédito y eran populares entre los alquimistas. La "tradición hermética", por lo tanto, se refiere a la alquimia, la magia, la astrología y otros temas relacionados. Los textos se distinguen dos categorías: de "filosofía" y "técnica" hermetica. La primera se ocupa principalmente de cuestiones de filosofía, y la segunda de magia, alquimia y pociones. Entre otros temas, hay hechizos para proteger los objetos por "arte de magia", de ahí el origen de la expresión "sellados herméticamente".
El erudito clásico Isaac Casaubon, en De rebus sacris et ecclesiaticis exercitiones XVI (1614) mostró, por el tipo de caracteres griegos, que los textos escritos tradicionalmente en la noche de los tiempos, eran más recientes: la mayor parte del "filosófico" Corpus Hermeticum puede ser de una fecha alrededor del año 300. Sin embargo, fueron descubiertos en el siglo XVII errores de la datación de Casaubon por el estudioso Ralph Cudworth, que argumentó que la denuncia de falsificación sólo puede aplicarse a tres de los diecisiete tratados contenidos en el Corpus Hermeticum. Además, Cudworth señaló la falta de reconocimiento de la codificación de estos tratados como una formulación tardía de una pre-existente tradición, posiblemente oral. Según Cudworth, el texto debe considerarse como un término ad quem, y no a quo.
La tradición cristiana medieval lo veneró como protector y guía de los hermetistas, que practicaban las ciencias de la alquimia, la magia y la astrología. Entre los libros atribuidos a Hermes se encuentran en el Corpus Hermeticum. Se le atribuye la redacción de la Tabla de Esmeralda. Entre sus obras más destacadas estarían: “El Poimandres”, “El Kibalión”, ciertos libros de poemas sueltos y “El Libro para salir al día”, también conocido como “Libro de los Muertos”, por haberse encontrado ejemplares de él dentro del sarcófago de algunos destacados egipcios.
La tradición islámica

Antoine Faivre, en El Eterno Hermes (1995) ha señalado que Hermes Trismegisto tiene un lugar en la tradición islámica, aunque el nombre Hermes no aparece en el Corán. Hagiógrafos y cronistas de los primeros siglos de la Hégira islámica identificaron rápidamente a Hermes Trismegistus con Idris, el nabi de las suras 19, 57, 21, 85, a quien los árabes también identifican con Enoc (Génesis 5:18-30). A Idris-Hermes se le llama Hermes Trismegisto porque fue triple: el primero de los nombres, comparable a Thot, era un "héroe civilizador", un iniciador en los misterios de la ciencia divina y la sabiduría que anima el Mundo; y graba los principios de esta ciencia sagrada en jeroglíficos. El segundo Hermes, de Babilonia, fue el iniciador de Pitágoras. El tercer Hermes fue el primer maestro de la alquimia. "Un profeta sin rostro", escribe el islamista Pierre Lory, "Hermes no posee características concretas, o diferentes a este respecto de la mayoría de las grandes figuras de la Biblia y el Corán."[2]
Moderno resurgimiento
Los ocultistas modernos sugieren que algunos de estos textos pueden tener su origen en el Antiguo Egipto, y que "los cuarenta y dos textos esenciales", que contenían lo fundamental de sus creencias religiosas y su filosofía de la vida siguen escondiendo un conocimiento secreto.
Referencias Copenhaver, Brian P. 1995. Hermetica: the Greek Corpus Hermeticum and the Latin Asclepius in a new English translation, with notes and introduction, Cambridge; New York, NY, USA: Cambridge University Press, 1995 ISBN 0-521-42543-3.

LA TABLA ESMERALDA DE HERMES



Edición rusa por Vladimir Antonov
Traducido del ruso al español por Antón Teplyy

¡Lo que Yo digo aquí es sólo la verdad! ¡Es sólo la verdad y nada más!
Lo que está abajo es similar a lo que está arriba. Y lo que está arriba es similar a lo que está abajo. ¡Y hay que conocer esto para lograr la cognición del maravilloso Único!1
Todo lo material surgió por la intención del Único. Todos los objetos materiales fueron manifestados por la condensación de la energía del Único.
El Sol es el Padre del mundo manifestado; lo “lunar” es su madre. El Espíritu Santo “incuba” las almas que se desarrollan; la Tierra las alimenta. El Padre de todo el desarrollo en el universo está presente siempre y por todas partes.
¡Su Poder es el Poder Supremo! ¡Éste domina sobre todo y está manifestado en la Tierra en toda Su Omnipotencia!
Así, tú separa: ¡lo “terrenal” de lo Ígneo, y también lo grosero de lo sutil! ¡Haciendo esto, actúa con gran cautela, veneración y entendimiento!
¡Cuando te vuelvas el Fuego más Sutil, deberás conocer lo Celestial! Así se realizará la Unión. Después deberás regresar a la Tierra, y percibirás Lo Más Sutil y tendrás el poder para transformar lo imperfecto eficazmente.
Esto significará que has logrado la gloria de la Unión con el Único y te has librado de la oscuridad de la ignorancia.
El Poder del Único penetra todo: lo sutil y lo grosero, y los controla. Así existe la Creación. Y gracias a esta maravillosa intercomunicación de Todo, el desarrollo continúa.
Por eso, Mi nombre es Hermes Tresvecesnacido: ¡porque Yo existo y actúo en todos los tres planos de la existencia y poseo la sabiduría del universo entero!
Así, Yo Me callo, pues he dicho todo lo que quise decir sobre la acción del Sol.

UROBOROS


Uróboros. En la iconografía alquímica el color verde se asocia con el principio mientras que el rojo simboliza la consumación del objetivo del Magnum Opus (la Gran Obra).
El uróboros u ouroboros (del Griego "ουροβóρος") es un símbolo ancestral que muestra un gusano, una serpiente o un dragón engullendo su propia cola y formando así un círculo.
Descripción
Según la Enciclopedia Británica, el Uróboros u Ouraboros, es la emblemática serpiente del antiguo Egipto y la antigua Grecia, representada con su cola en su boca, devorándose continuamente a sí misma. Expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen sino cambian de forma perpetua en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación.
En algunas representaciones antiguas, el uróboros u ouroboros aparece complementada con la inscripción griega εν το παν (hen to pan), es decir el Uno, el Todo. Se asocia a la alquimia, al gnosticismo y al hermetismo. Representa la naturaleza cíclica de las cosas, el eterno retorno y otros conceptos percibidos como ciclos que comienzan de nuevo en cuanto concluyen. En un sentido más general simboliza el tiempo y la continuidad de la vida. En algunas representaciones el animal se muestra con una mitad clara y otra oscura haciendo recordar la dicotomía de otros símbolos similares como el yin y yang. En la Alquimia, el Ouroboros simboliza la naturaleza circular de la obra del alquimista que une los opuestos: lo consciente y lo inconsciente. Siendo igualmente un símbolo de purificación, que representa los ciclos eternos de vida y muerte.
El registro más antiguo de su aparición es en un libro de Alejandría, en el siglo II, que decía hen to pan, o "uno, todos". Aquí ya se lo presenta mitad blanco, mitad negro, demostrando la dualidad presente en todo.

Igualmente podemos encontrar un mito similar en la mitología nórdica, en esta mitología, la serpiente Jormungand llegó a crecer tanto que pudo rodear el mundo y apresarse su propia cola con los dientes.

La alquimia de los esotéricos.



El alquimista "real", a tenor de un número cada vez mayor de autores, no es ya el hombre que buscaba la Piedra filosofal en la soledad de su laboratorio con el fin de conseguir oro y riquezas, sino el que busca la Piedra filosofal tan sólo como medio, como el primer peldaño hacia su propia perfección.
"La manipulación del fuego y de ciertas sustancias -nos dicen Pauwels y Bergier, dos de los primeros autores modernos en llamar la atención sobre esa "otra Alquimia", aunque muchos otros ya hubieran apuntado antes estas mismas ideas en sus trabajos- permite no sólo transmutar los elementos, sino también transformar al propio experimentador. Éste, bajo la influencia de fuerzas emitidas por el crisol (es decir, radiaciones emitidas por núcleos que sufren cambios de estructura, según la terminilogía atómica) entra en otro estado. En él se operan mutaciones. La vida se prolonga, su inteligencia y sus percepciones alcanzan un nivel superior. El alquimista pasa a otro estado del ser. Se encuentra izado a otro estado de consciencia. Sólo él se siente despierto, y tiene la impresión de que todos los demás hombres siguen durmiendo. Escapa a lo humano ordinario y desaparece, después de haber tenido su minuto de verdad".
Una Alquimia externa, y otra Alquimia interna. ¿Es esta la verdadera naturaleza del Arte Alquímico? Así es, a tenor de un número creciente de autores. Y, en el futuro desarrollo de la Alquimia, hallaremos tal vez la confirmación.
La Alquimia tradicional tiene su gran desarrollo en el curso de la Alta Edad Media. Luego, nos dicen los historiadores, en el siglo XVII, la Alquimia muere. Mejor dicho, es asesinada: por la química.
Esta es una explicación excesivamente simplista... y totalmente inexacta, aunque ésta sea en líneas generales la creencia popular. La Alquimia no muere en el siglo XVII, como tampoco la química nace de sus aún calientes cenizas. En primer lugar, la Alquimia prosperará aún mucho después de esta fecha, concretamente en el siglo XVIII... y existe aún actualmente. Aunque, por supuesto, el transcurrir del tiempo marque en ella una profunda evolución.
Y, en segundo lugar, la química no es la sucesora de la Alquimia. Es, sencillamente, una rama de ésta que en su tiempo, ya suficientemente madura, de desprendió del árbol y siguió su vida propia. A partir del siglo XVII y a principios del XVIII, se produce en la Alquimia no una muerte, sino una escisión. Es el fruto natural del espíritu científico que empieza a surgir en el hombre de aquella época. El investigador de finales del siglo XVII empieza a considerar la investigación como suficiente para interesarle por sí misma, sin necesidad de otros adimentos. La química empieza a descubrir por su lado nuevos horizontes. El hombre ya no necesita del aliciente de la Piedra filosofal para adentrarse por un nuevo y desconocido camino: el simple hecho de investigar, de descubrir nuevas cosas hasta entonces ocultas, le satisface.
La pretendida muerte de la Alquimia es, por lo tanto, tan sólo un cambio de ideología en sus practicantes. Los hombres intelectualmente inquietos, los investigadores natos, que en el siglo XII y siguientes tomaron el camino de la Alquimia como único medio de satisfacer sus inclinaciones, encuentran ahora un camino más interesante en la química. La Alquimia, por lo tanto, se ve desertada por una parte de sus filas.
Pero queda la otra; la de los que emprendían el camino de la Alquimia como satisfacción a sus ideas filosóficas y cosmogónicas. durante los siglos XVII y XVIII, la literatura Alquímica es tan abundante como en los siglos anteriores; se observa, sin embargo, un profundo cambio en el contenido de sus obras. se hacen más profundas, más intelectuales... más herméticas. Sus autores empiezan a darse cuenta, más que nunca, de que no les interesan tanto los detalles de los trabajos de laboratorio como el esquema universal que se esconde tras esos ensayos. Los autores ya no se preguntan "¿cómo?", sino "¿para qué?". Quieren saber no los medios, sino las motivaciones.
Así nace la otra Alquimia. Perdón, nos expresamos mal: no nace, puesto que ya existía antes, aunque fuera en una forma subyacente; se hace evidente. Surge a la superficie, y relega a segundo término la Alquimia anterior.
El motivo base de esta inversión es evidente. Hasta entonces, ciencia y filosofía, ciencia y humanismo, iban estrechamente unidas. Es a partir de finales del siglo XVII que la ciencia se aparta del humanismo, de la filosofía y de la religión, abriéndose un camino aparte, abandonando la parte espiritual del hombre y lo que le rodea para dedicarse únicamente a la parte material. Es lógico pues que esta escisión, este abandono, traiga como reacción un florecimiento de todo lo que se relaciona a la espiritualidad y al humanismo. En Alquimia se produjo, así (aunque parezca una redundancia) una "transmutación", que la convirtió, de una técnica de laboratorio con ribetes de esoterismo, en una doctrina puramente esotérica, filosófica y hermética. Una Alquimia que no tiene ya como principal objetivo el mejorar los metales, sino el mejorar al Hombre.

La otra alquimia.

De todos modos, tal vez pueda existir otra explicación a la Alquimia por encima de la simple fabricación del oro alquímico a través de la Piedra filosofal. Una explicación que justifique no sólo en gran interés que despertó la Alquimia durante los siglos XII al XVII (e incluso en el siglo XVIII, en que el nacimiento del racionalismo mató, según algunos autores, al Arte alquímico, pese a que se registra un notable florecimiento del mismo precisamente en esta época), sino también el hecho de que grandes intelectos trabajaran sin desánimo durante toda su vida en un Arte considerado como imposible y sin salida, sin importales los fracasos, mejor dicho, apoyándose aún en ellos: la posibilidad de la existencia de ALGO MÁS dentro de la Alquimia, algo superior a la fabricación del oro, algo más importante que la obtención conjunta de la Piedra filosofal, del Elixir de larga vida y del Disolvente universal.
Esta teoría sobre la Alquimia es sustentada por un número cada vez más creciente de autores, que han empezado a estudiarla desde otro punto de vista completamente distinto al habitual, descubriendo así en ella numerosas analogías que, hasta ahora habían pasado inadvertidas o habían sido despreciadas.
Porque todos los trabajos alquímicos, lo hemos dicho ya, son ricos en simbolismos y analogías. Y no se trata únicamente del simbolismo criptográfico que hemos visto hace poco, utilizado para facilitar la tarea a los propios alquimistas, sino de todo el simbolismo que se halla presente, de un modo general, a todo lo que se refiere al Gran Arte. En la descripción de todas las operaciones alquímicas hay un amplio y evidente sentido de la dualidad. Se nos habla constantemente, por ejemplo, de la "unión de los contrarios", de muerte y resurrección. La combinación de dos cuerpos distintos es calificada como "matrimonio", la pérdida de su actividad característica como "muerte", el desprendimiento de vapores como "el espíritu abandonando el cadáver del muerto", la formación de un sólido volátil como la creación de un "cuerpo espiritual". La idea básica de la transmutación alquímica no es en realidad más que eso: la muerte de una materia determinada y su resurrección como otra materia distinta y más perfecta, más noble.
Esta dualidad tiene, evidentemente, un doble sentido. Puede aplicarse a la materia, pero también puede aplicarse al espíritu. AL ESPÍRITU HUMANO.
Y esto es lo que se ha hecho. El "hombre alquímico" (¿el lícita la expresión?) puede compararse a un metal, susceptible a ser transformado en oro por efecto de la Piedra filosofal. El cuerpo humano es un metal vil; la espiritualidad, la religión, la gracia, el cosmos, lo que quiera llamarse, es el equivalente a la Piedra filosofal; el mismo hombre, tocado por esa espiritualidad, regenerado, convertido en el hombre superior, el "hombre despierto", es el oro.
He aquí las analogías. ¿Es esto, en síntesis, la Alquimia? Muchos autores lo niegan categórica y sistemáticamente. Pese a todo el esoterismo de los libros de Alquimia, dicen, no puede olvidarse que cuando los alquimistas hablan de Alquimia se limitan a describir un más o menos ortodoxo trabajo de laboratorio, y nada más. Pero, hay que argüir por otro lado, dentro del ser humano también se produce algo semejante a un trabajo de laboratorio. ¿No puede existir acaso un paralelismo? De acuerdo: ciertamente, hay gran cantidad de escritos que hablan únicamente de la Alquimia exotérica, pero ¿hay que juzgarlo todo por estos libros, despreciando los otros como "ideas de locos y exaltados"? ¿Hay que caer siempre en el mismo error?


La Gran Obra está representada por el Ave Fénix, el renacimiento, irguiéndose sobre el nigredo, del que surgen las llamas que alumbran a los contrarios, simbolizados aquí, como es habitual, por el Sol y la Luna.

LA NECESIDAD DE CREER





Podríamos seguir relatando casos de transmutaciones célebres durante mucho tiempo. Podríamos relatar la transmutación que llevó a cabo el emperador fernando III gracias a la Piedra que le llevó el alquimista Richthausen, discípulo de Labujardière (de quien la obtuvo), o la efectuada por el escocés Alejandro Sethon para convencer a dos escépticos a ultranza, Wolfgang Dienheim y el profesor Zwinger, de la Universidad de Basilea. Pero una relación de este tipo sería demasiado larga y fatigosa, con la repetición constante de unos mismos acontecimientos: la transformación del plomo o del mercurio en oro, gracias a la proyección de unos polvos misteriosos calificados como la Piedra filosofal.
Pero el conjunto de todos estos relatos nos hacen ver una necesidad: la necesidad de creer. Es difícil sustentar, a lo largo de tantos años y a través de tantas personas, un engaño, una mentira, sino se tiene más que la esperanza o la ambición. Tal vez todos estos relatos sean imaginarios, pero su número es demasiado abrumador, sin tener en cuenta que algunos de ellos son precisamente obra de personas escépticas, a las que sería difícil engañar. Cabe pensar más bien que, junto con los charlatanes, los defraudadores, los falsos iluminados y los que buscaban satisfacer su codicia mediante la obtención del oro alquímico, tenía que haber otras personas (quizá una minoría, pero fundamentales de todos modos) que se dedicaran realmente a la búsqueda de la Piedra filosofal. Algunos morirían sin conseguirlo, pero otros no. Algunos de ellos lograron realmente sus propósitos. Por supuesto, el misterio de su veracidad quedará en último término en el aire... ya que los testimonios existentes no son todo lo definitivos que exigirá la ciencia actual. Pero, de todos modos, las pruebas existentes son en número suficiente como para permitir una duda razonable sobre el sistemático fracaso que preconizan los autores de mentalidad científica y racionalista que han intentado viviseccionar la Alquimia para llegar a sus más profundas interioridades.

Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola, simboliza para los alquimistas la unidad de la materia (al igual que la circunferencia) Para otros ocultistas, es el fluido universal o la renovación perpetua de la Naturaleza.

ALGUNAS TRASMUTACIONES CELEBRES


Algunos alquimistas se han hecho célebres por las transmutaciones a ellos atribuidas. Entre todos ellos, el más importante quizá sea Nicolás Flamel, que relató por sí mismo su gran éxito, obtenido según sus propias palabras gracias a un viejo libro "bien encuadernado, con tapas de talón, todo él grabado con letras y cubierto con extrañas figuras", y que le fue descifrado por un médico judío. Gracias a él, y a sus constantes e infatigables prácticas ("después de largos errores de tres años, durante los cuales no hice nada más que estudiar y trabajar"), consiguió lo que deseaba. Proyectó (la Piedra filosofal era llamada también "Piedra de proyección", ya que para transmutar un metal en oro debía proyectarse, una vez reducida a polvo, sobre éste, a fin de que penetrara profundamente en él) su Piedra sobre mercurio, "del que saqué media libra, o algo así, de plata pura, mejor que aquella de la mina". Hizo más tarde otra proyección de su Piedra roja (ya hemos dicho que la Piedra filosofal podía ser tanto blanca como roja, siendo según los relatos mejor la roja), también sobre mercurio, "en la misma casa (su casa), e igualmente con la única presencia de Perrenela (su esposa y colaboradora), el vigesimoquinto día de abril del mismo año (1382), hacia las cinco de la tarde, lo cual transmuté realmente en algo casi tan puro como el oro, más ciertamente que el oro común, más suave y maleable". Se trataba, naturalmente, de oro alquímico. Posteriormente, realizó el mismo experimento muchas otras veces, alcanzando cada vez una mayor perfección y dominio de su técnica.
Algunos, indudablemente, se reirán ante este relato, que podría escribir cualquiera, pues cualquiera puede inventar los más fabulosos éxitos con tan sólo un poco de imaginación. Sin embargo, hay otras circunstancias dignas de tener en cuenta en este caso. Nicolás Flamel, cuyo oficio era el de escribano público, dispendió a lo largo de su vida ingentes cantidades de dinero realizando obras de caridad: construyó y mantuvo catorce hospitales en París, tres nuevas capillas, hizo donación de importantes cantidades de dinero a otras tantas iglesias, y realizó un sin fin de buenas obras que sus ingresos normales no podían justificar ni en una milésima parte. Algunos historiadores intentan explicar esta riqueza afirmando que Flamel mantenía tratos secretos con los comerciantes judíos de París. Tal vez, aunque de todos modos el dinero ganado por él seguía siendo demasiado. ¿O acaso consiguió realmente fabricar oro?
Juan Bautista van Helmont, que vivió en los siglos XVI y XVII, fue un hombre de amplia erudición, instruido en química, fisiología y medicina, además de poseer una amplia cultura científica que abarcaba todas las disciplinas conocidas en aquella época. Entre sus aportaciones al progreso humano se cuenta la de ser el primero en descubrir y afirmar públicamente que existían otros gases además del aire que respiramos, así como el darles a dichos gases su nombre, creando la palabra con la que se les designa aún actualmente: "gas". Como persona interesada en todas las disciplinas científicas, se interesó también en la Alquimia, y entre sus trabajos (recopilados y publicados por su hijo) figuran varios relatos de transmutaciones efectuadas por él mismo por mediación de la Piedra filosofal. También es digno de ser notado el hecho de que describió a la misma piedra como usada en medicina, hecho que más tarde citarían también otros alquimistas.
Juan Federico Schweitzer, conocido más comúnmente como Helvetius (tanto Schweitzer en alemán como Helvetius en latín quieren decir lo mismo: suizo), es también el autor de otro relato sobre transmutaciones considerado como uno de los más importantes de la literatura alquímica... ya que Helvetius era un encarnizado adversario de todas las Artes alquímicas. En su obra El becerro de oro, describe que una noche de diciembre de 1666 un desconocido se presentó en su casa preguntándole si creía en la Piedra filosofal. Helvetius, naturalmente, respondió que no; y entonces el desconocido le mostró una cajita de marfil, en cuyo interior había tres pedazos de una sustancia transparente, parecida al ópalo, "no mayores que una nuez".
Helvetius le pidió que le diera uno de aquellos fragmentos, y como respuesta recibió tan sólo una negativa. Pidió entonces al menos una demostración. El desconocido respondió que en aquel momento no podía hacerla, pero que volvería después de tres semanas y se la daría. En el tiempo prometido volvió el misterioso personaje, diciéndole que no había sido autorizado a realizar lo que había prometido, pero que a cambio le entregaría un fragmento de la Piedra, no mayor que una semilla de mijo, y que partió aún en dos mitades cuando Helvetius se quejó de que era demasiado pequeño. "Con esto -dijo, entregándole uno de los dos fragmentos- tendrá bastante, y aún le sobrará".
Helvetius tuvo que hacerle entonces una confesión: en su anterior visita, y ante la negativa del desconocido a entregarle la Piedra, había raspado uno de los fragmentos con su uña, logrando arrancarle unas partículas. Había intentado transmutar el plomo en oro con ellas, no logrando más que cambiarlo en vidrio. Le comunicó el fracaso al desconocido, y le mostró todo lo que había conseguido. "Hay que envolver la piedra en cera amarilla -le dijo éste-, para que pueda penetrar bien el plomo y no le dañen los vapores desprendidos". Tras esto, y después de entregarle el microscópico fragmento de Piedra, se marchó, prometiendo volver al día siguiente. Pero no lo hizo, ni al otro, ni al otro: no volvió a presentarse nunca más.
Helvetius comenzó a dudar de todo lo que había ocurrido. Pero aún le quedaba el fragmento de Piedra entregado por el desconocido y, animado por su esposa, decidió ensayar con ella. Siguió todas las instrucciones que le había dado el desconocido en su última visita... ¡y el plomo se transformo en un oro tan puro, que el orfebre que lo examinó declaró que nunca en su vida había visto un oro tan fino!


Grabado alemán del siglo XVI que nos muestra a un médico consultando sobre una pócima curativa a un alquimista. En general, estos casos de cooperación entre maestros en disciplinas distintas no eran muy usuales.